La primera vez, que esto me pasó, hace muchos años, enfrentaba un tiempo de grandes decisiones. Vivia contento, hacía lo que me gustaba y me sentía satisfecho. De pronto, se me presentaba la oportunidad de hacer un viaje fuera del país, que probablemente me tomaría varios meses. Siempre me gustó conocer chicas divertidas y guapas. Por aquellos días una de ellas me había robado la tranquilidad. El dilema era dejarlo todo, cambiarlo todo o perderlo, para salir a una aventura a lo desconocido.
Pasó pocos días antes de decidir la salida. Hacía balances en lo que era y lo vendría, lo que tenía y perdería, frenta a las posibles ignoradas ganancias. Quizá fue una depresión juvenil desconocida. El caso es que, una noche, me encontré con que a la hora de ir a la cama, cargado de sueño, no conseguía cerrar mis párpados. Amaneció y pasó el segundo día. Mi cansancio y ojeras eran notables, pero no podía ni siquiera echar una siesta. La segunda noche pasó y ahora ya sentía ansiedad y cólera conmigo mismo, nada más. Para el tercer día y la tercera noche, ya me sentía enfermo. Ni por cerca, se me ocurrió ir al médico, pues no tenía ninguna enfermedad física notable.
A la cuarta noche, en el climax de la desesperación, antes de ir a la cama, decidí hacer un repaso hacia atrás de lo que había hecho. Pensé en lo que quería hacer, me imaginé como me sentiría en un año adelante, imaginé los lugares y las personas que podría conocer... Y de pronto, empezó a invadirme una ola de optimismo que me llenaba y me invitaba a salir inmediatamente.
Lo sorpendente es que ni sentía sueño, ni supe cuántas horas pasé cavilando, ni a que horas de la madrugada me quedé profundamente dormido.
Diez horas después, desperté con las ganas de ir a comprarme un equipaje y salir corriendo de mi vecindario, mi ciudad y mi país. El viaje duró 10 meses, las experiencias de viaje y los lugares exóticos de mi aventura, jamas habían pasado por mi mente. Total, años después, cuando recordaba las 72 horas de desvelo, llegué a interpretarlo como una agonía indecible que fue madre y partera de mis proximos años. Nunca fuí el mismo, desde entonces.
Amigos y amigas, la próxima vez que las penalidades los abrumen hasta el grado de no dejarles dormir, prueben mirar hacia su futuro, imaginen lo que quisieran encontrar. Si no se duermen, por lo menos tendrán algunas nuevas ideas para el día siguiente... y quizás se queden dormidos.